En el año 1549, la llegada del jesuita Francisco Javier a Kagoshima (sur de Japón) permitió la entrada del cristianismo a la isla. Con el tiempo, la cantidad de adherentes a esta religión, que proclamaba la existencia de un Dios superior al Shogun, empezó a crecer en forma alarmante para el gobierno de Tokugawa, que en el año 1614 decidió exiliar a los misioneros y prohibir la práctica religiosa. En ese momento había más de 300.000 japoneses cristianos.
En 1612 nació, en el seno de una humilde familia cristiana, Masuda Tokisada, nombrado desde muy pequeño como el “Niño celestial” o el “Hijo de Dios” por un pequeño grupo de cristianos, lo que cambió su nombre por el de Amakusa Shiro.
En 1638, con sólo 14 años, lideró a un grupo de campesinos para tomar el castillo de Hara, en Shimabara. El grupo creció poco a poco gracias a la inclusión de numerosos ronins y otros campesinos sin tierras hasta que, liderados por el carismático Shiro, lograron apoderarse de las zonas de Shimabara y Amakusa.
Ante esta situación, en 1641, el Shogun ordeno la completa y total eliminación de este grupo insurgente. Entonces, más de 120.000 soldados, liderados por Matsudaira Masanobu, con la ayuda de varios cañones holandeses tomaron el castillo Hara. Shiro Amakusa realizó el sepukku ante la falsa promesa de que dejarían viva a su gente. Sin embargo, los soldados del gobierno eliminaron a más de 37.000 cristianos, entre ellos mujeres y niños.
Los 47 Ronin y Asano Takumi
En 1701, el daimiyo Asano Takumi no Kami fue insultado por el maestro de ceremonia del Shogun, Kira Kosukeno-Suke, al que, como respuesta, hirió con su espada provocando la ira del Shogun. A Asano se le ordenó practicar el sepukku junto a sus samurais, quienes se negaron a seguir a su amo y escaparon, convirtiéndose en ronins, humillados y burlados por la gente.
Dos años más tarde, quienes se habían negado a dar la vida, atacaron la residencia de Kira Kosukeno-Suke, y lo asesinaron. Luego de haber probado su fidelidad, los 47 ronins cometieron seppuku y se unieron a su amo en la muerte. En la colina Iimori, donde estos jóvenes se quitaron la vida, hay una piedra donde fue escrito el siguiente poema por Matsudaira:
[幾人の 涙は石にそそぐとも その名は世々に 朽じとぞ思う]
“No importa cuanta gente lave las piedras con sus lágrimas, estos nombres nunca desaparecerán del mundo.”
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